Juicio a la patota de UTPBA: Das Neves y Favale, responsables intelectuales de la agresión en mi contra. Por Tomás Eliaschev Este miércoles 17 de noviembre a las 9 comienza el juicio contra Gustavo Vargas, uno de los dos patoteros de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), que me atacó por pedirles que nos acompañen en la lucha contra un despido. Desde entonces, me he preguntado una y mil veces como pudo pasarme una cosa así. Fui a pedirles que nos ayuden a evitar un despido y terminaron rompiéndome la cabeza entre dos matones, así de la nada, sin que mediase ni siquiera un "andate porque te vamos a cagar a trompadas". Ni siquiera pude cubrirme la cabeza y ni atine a devolver una piña. No lo cuento con orgullo. Pero fue tan repentina y brutal la andanada de piñas y patadas que me dieron que apenas pude salir del local del sindicato cuando me abrieron la puerta y terminé en la vereda. La violencia contra trabajadores sólo se explica cuando un sindicato ya no los representa, o sea que es un sindicato de empresarios. Y eso es lo que pasa con la UTPBA, más allá de sus discursos. De Clarín a Crítica, han dejado un tendal de traiciones: esto lo sabe cualquiera que haya estado en las luchas de prensa de los últimos años. Directamente repudian a los trabajadores de prensa o por lo menos a los que intentamos participar en nuestros lugares de laburo en todos los reclamos colectivos para tener una vida más digna. Rememorar los hechos puede ayudar a entender de qué estamos hablando. De antemano, pido perdón por la extensión, pero siento la necesidad de ser puntilloso en el relato. En marzo del 2007, en la editorial Perfil, cuyo edificio está ubicado en la calle Chacabuco entre Moreno y Alsina, una importante cantidad de trabajadores de prensa protagonizamos un reclamo salarial que duró un mes y medio, con paro y asambleas cotidianas. En ese entonces, me desempeñaba como redactor del sitio Perfil.com. Durante la huelga, fuimos uno de los sectores que más se plegaba a las medidas, inclusive elaborando posturas colectivas y coordinando con el departamento de arte. Los jefes no se habían sumado. Pero uno de ellos, Alejandro Wall, que estaba de licencia por el nacimiento de su hijo Camilo, decidió adherirse al paro ni bien se reincorporó a la rutina laboral. En una emotiva asamblea, evocó a la ya fallecida delegada despedida de Clarín, Ana Alé, quien siendo jefa participaba activamente de las medidas gremiales. A mano alzada, votamos tomar las instalaciones si había alguna sanción contra Wall. A principio de abril, ni bien terminó el paro y conseguimos una recomposición salarial, la empresa quiso deshacerse de él. Rápidamente volvimos al paro, el ministerio de Trabajo convocó a una audiencia y dictó un laudo protegiendo a nuestro compañero de cualquier represalia por motivos gremiales. Durante el conflicto, desde la UTPBA habían tenido una tímida presencia, a través de la personas del entonces secretario gremial Jorge Muracciole, que hablaba en las asambleas, acompañaba las gestiones ministeriales permitiendo la legalidad de las negociaciones y no más que eso. El sindicato no aportaba demasiado más apoyo que el de la presencia de uno de sus dirigentes. Con Muracciole, en dos oportunidades, un puñado de los más jóvenes que estábamos participando activamente del reclamo nos reunimos en un aula de primer piso de la sede que el sindicato tenía a la vuelta de Perfil, sobre la calle Alsina 779. Fue para hacer un boletín, "Nuestro Perfil", en el que se difundió nuestras reivindicaciones y el conflicto de La Nación. En otra ocasión, junto con Muracciole y dos compañeros de Perfil salimos por la noche a pegar unos carteles por las inmediaciones de la editorial. Es cierto que eran pequeños, pero los imprimió el sindicato. Ese fue su pequeño (testimonial) aporte al gran movimiento que hicimos y que incluyó aplausos, batucadas, carteles, marchas, actividades con delegados de otros medios, y todo el ruido que se pudo hacer para que paguen salarios justos. Y siempre con un gran ejercicio de la democracia en nuestro propio lugar de trabajo, en forma pacífica y respetuosa a los compañeros que no se adherían a las medidas de lucha, ya sea por temor a los despidos o por no compartir la metodología del reclamo. Pasaron los meses. Y el sindicato se acercó a sus elecciones. Uno de nuestros delegados, Rubén Schofrin, militante de la Lista Naranja y del Partido Obrero, se postuló como secretario general por un frente de oposición. La dirección - la Celeste y Blanca - proscribió a la lista y el diferendo se trasladó a la cartera laboral, donde finalmente se aceptó el planteo de la oposición y no el intento fraudulento de la conducción. El martes 11 de septiembre, la empresa decide despedir a Wall. Nosotros estábamos en el turno mañana. Entrábamos a las 7. Ese día, cuando llegó a trabajar, el personal de seguridad le dijo que estaba despedido y no lo dejó atravesar los molinetes. A la hora, los cuatro redactores que estábamos nos declaramos en asamblea y llamamos a los delegados. Al mediodía se hizo asamblea. Pero ya no éramos tantos con antes. De los ciento y pico que éramos en las asambleas de marzo, muchos se habían ido de la empresa, otros fueron promovidos a jefes y a otros les hicieron promesas con tal de que no vayan a las asambleas. De todas maneras, con los 50 que éramos, se decretó el paro y se dio aviso al ministerio. Como el nombre de Wall estaba en el laudo de abril, se consiguió una audiencia para el día siguiente, el miércoles 12. Como estaba la cuestión electoral, el otro delegado de Perfil, Marcelo Iglesias, fue quien llamó a Muracciole. No tuvo éxito. También llamó al sindicato para que lo avisen si lo veían. Sin embargo, no hubo caso, el secretario gremial estaba inhallable. La audiencia no se pudo realizar ante la ausencia de la UTPBA. Desesperado, Wall habla con un conocido suyo vinculado al sindicato, que le dice que está quedando preso del conflicto entre la Celeste y Blanca y la Naranja, que vaya a hablar a la sede de Alsina y les pida ayuda. Eso fue a eso de las 19 o 20 horas. Acompañé a Wall al sindicato, con la misión de contenerlo. Ahí nos atendió un muchacho que dijo llamarse Gustavo. Ante nuestro reclamo de que nos ayuden, nos preguntó si éramos del Partido Obrero, si estábamos afiliados y por qué pensábamos que la UTPBA iba a ayudar a los trabajadores de Perfil. Le dijimos que no, que no éramos del PO. Qué queríamos afiliarnos y participar pero no habíamos tenido oportunidad. Y que creíamos que el sindicato debía defender a los trabajadores. No hubo caso, nos retiramos luego de una charla que si bien fue ríspida, tampoco hacía preveer que podía derivar en violencia. Estábamos sorprendidos, porque no creíamos que podían ser tan cerrados a nuestro pedido, que en definitiva les podía hasta servir para hacer campaña electoral. Y considerábamos obvio que más allá de cualquier bandería política, lo esencial de la lucha sindical es defender a los trabajadores contra los atropellos patronales: en este caso el despido injustificado y por motivos gremiales de un joven padre de familia. Pero no. Al día siguiente, mientras estábamos en asamblea midiendo que la ausencia del sindicato nos daba pocas fuerzas para luchar contra el despido, la conducción decidió aparecer. Fue de manera furtiva, con una camioneta desde la que arrojaron volantes firmados por la UTPBA: Decían que el sindicato era de "trabajadores de prensa - periodistas afiliados", y "no de provocadores, partiduchos y patrones". Me pareció increíble: tenía que ser fruto de un malentendido. Ahí fue que se me ocurrió una idea que claramente resultó inadecuada. Consideré que si me acercaba en soledad y pedía dialogar con uno de sus dirigentes, podía explicarle que no estábamos en contra de ellos, que sólo queríamos que no lo despidan a Wall. He militado en política desde el secundario, y la verdad es que soy un tipo calmo, nunca me peleo por una discusión ideológica. A lo largo de mis distintos períodos como militante, dialogué respetuosamente con los sectores más diversos, siempre procurando encontrar puntos de acuerdo en la medida de lo posible. Desde su conformación en 2003, milito en el Frente Popular Darío Santillán, una organización política y social. En el plano gremial, participo del Colectivo de Trabajadores de Prensa. En esa época hacía trabajo barrial en la Villa 20 de Lugano, y estaba bastante acostumbrado a discusiones acaloradas e incluso a situaciones violentas, pero siempre manejables desde el diálogo. La única violencia que me había tocado recibir había sido durante el 20 de diciembre de 2001 o el 26 de junio de 2002 como testigo y como víctima el 26 de octubre de 2002, cuando cubriendo una represión fui baleado junto a un compañero de Indymedia Argentina por infantes de la PFA que nos dispararon con balas de goma en la puerta del comité nacional de la UCR. Todo este racconto para justificar por qué no consideré en ningún momento que en la sede de la calle Alsina de la UTPBA me podía llegar a pasar algo malo. Estaba equivocado. Siendo aproximadamente las 17 o 18 del jueves 13 de septiembre, con el volante en la mano, me dirigí al sindicato, apenas a la vuelta de Perfil. Toqué timbre, me abrió el portero, que me conocía porque me había visto el día anterior. Había dos técnicos que tenían que arreglar el teléfono. El portero llamó por el conmutador y me dijo que no había nadie. Le dije que no había problema y le pregunté si podía esperar a que venga alguien. Me dijo que sí. Me senté en el sillón que estaba junto a la puerta. Un sillón con lugar para dos personas. Esperé un rato. Recuerdo que pensaba cómo decirles que nos ayuden, procurando ganarme la confianza de los dirigentes, que vean que sólo queríamos frenar un despido. En un momento bajó el Gustavo del día anterior. Me puse de pie para saludarlo y charlar con él. Estaba agresivo, más aún que el día anterior. Me increpó y me preguntó a qué había venido. Traté nuevamente de decirle que no tenía nada que ver la interna gremial con esto, que se trataba de luchar contra un despido. "¿Por qué nos hacen esto?", le pregunté con el volante en la mano. No me amenazó ni me pidió que me vaya del local sindical, sino lo hubiera hecho sin dudarlo. Hasta ese momento, se limitó a discutirme de mala manera, pero sin amenazas ni advertencias de ningún tipo. Nunca pensé que iba ser víctima de dos patoteros sindicales. De repente ingresó otra persona más por la puerta que iba a las escaleras, que comunicaban la recepción con el primer piso donde estaban las oficinas y aulas del sindicato. Sólo pude ver que tenía pelo negro, que era morrudo y tenía barba candado. Sin preguntar nada, me acomodó de una trompada que me tiró sobre el sillón. De ahí en más, entre los dos me descargaron una lluvia de piñas. Apenas atiné a tratar de protegerme con los brazos y acurrucarme sobre el sillón. En un momento escucho que me decían "tomátelas" y abrieron la puerta. Logré incorporarme y salí. Me siguieron pegando, trastabillé y caí nuevamente, esta vez sobre la vereda, donde todavía me golpeaban. Sucedió todo muy rápidamente. Ni bien me paré, crucé la calle hasta un edificio y me senté sobre la entrada, donde se me acercó un agente de la PFA que llamó una ambulancia del SAME y me preguntó que había pasado. Me caía sangre de la cabeza. Llamé por teléfono a Patricio Erb, que junto con Mariano D`Andrea (los dos compañeros míos redactores de Perfil.com) fueron los primeros que me vieron en qué estado había quedado. Llamé a mi familia y le avisé que había pasado. Y llamé a mis compañeros del FPDS. Mientras me llevaron en ambulancia al hospital Argerich, donde me dieron tres puntos en el cráneo y me vendaron el ojo, se produjo una movilización espontánea en la sede de la UTPBA. Tal como me indicaron que tenía que hacer al entrar con una ambulancia del SAME a un hospital público, hice la denuncia en la comisaría segunda. Y luego de charlarlo con mis delegados de Perfil, decidí iniciar acciones legales. Los golpes me produjeron la ruptura de la celdilla etmoidal en la parte izquierda lo que hizo que mi globo ocular se llenase de aire, hinchándose mi párpado de una manera horrible. Por unos días, los médicos dijeron que estaba comprometida la movilidad de mi ojo izquierdo. Finalmente, sané bien y lo único que me quedó es cierta paranoia a que me peguen de la nada, así de repente o por atrás. Gracias a la generosidad desinteresada de mis abogados - Marta Nercellas y Mariano Fridman - pude contar con asesoría legal de primer nivel. Iniciamos acciones por lesiones leves (que podrían haber sido graves). Por la perseverancia de los abogados, se logró llegar a que aparezca uno de los responsables y que vayamos a juicio. Desde el principio, nos motivó una preocupación ética y política. Que nunca más se produzcan estas agresiones. Primero, desde la UTPBA negaron conocer a algún Gustavo. Hicieron volantes acusándonos a mí y a Wall, que fue finalmente despedido, de ser provocadores. O sea que el entonces secretario general de la UTPBA, que fue reelegido en esos comicios, es el verdadero responsable de la agresión. Cuando fue llamado a declarar mintió. La sencilla búsqueda en Google de la palabra "Gustavo" + "UTPBA" nos permitió constatar que había varios con ese nombre vinculados al sindicato, incluso con relación de dependencia. El fiscal ordenó un allanamiento para buscar rastros de mi sangre. Una perito científica recabó muestras de un líquido opaco que resultó ser mugre. Pero alcanzó para que la conducción del sindicato se asustara. Recuerdo las caras de Das Neves y Lidia Fagale (entonces secretaria de Derechos Humanos, ahora secretaria general) en el momento que la oficial recabó las muestras. Eso produjo que Gustavo Vargas se presentara espontáneamente en la Justicia. Dijo que fue un "mano a mano" conmigo. Y que fue en la vereda. Al segundo agresor nunca lo pudimos identificar. El sindicato siempre procuró la impunidad y nunca nadie de la conducción me pidió disculpas o demostró algún grado de arrepentimiento. Llegamos ahora a la instancia del juicio. El problema no es Vargas, el es apenas un ejecutor, un empleado de una política que beneficia a una camarilla que el escritor y periodista Osvaldo Bayer recientemente ha calificado como una "burocracia sindical" que no quiere abandonar sus cargos. De hecho, el lema que tienen es "la UTPBA no se entrega". Daniel Das Neves y Lidia Fagale (el ex y la actual secretarios generales de la UTPBA) son los verdaderos ideólogos y responsables políticos de abandonar a sus representados, en este caso los trabajadores de prensa de Perfil, tal como lo acaban de hacer en Crítica y como lo hicieron hace 10 años en Clarín, por mencionar algunos de los variados casos de defección por parte de la conducción. Son responsables del abandono sindical y de conspirar contra trabajadores. Yo los acuso de orquestar una campaña contra trabajadores que están luchando contra un despido, que incluyó volantes injuriosos y la agresión a trompadas que sufrí (no se si el patotero de la barba candado no tenía un anillo o una manopla que explique como me abrieron tres centímetros la cabeza). Son los responsables de haber protegido a los agresores y de que se haya perpetrado la agresión, que sin duda ordenaron, no contra mí, sino contra cualquiera que fuera a reclamarles algo. A uno de los patoteros lo mantienen oculto, sin que responda por sus acciones. A Vargas lo mantienen como empleado del sindicato en la zona de Avellaneda. El tiempo pasó y ahora tenemos la chance de hablar sobre qué pasó entonces. No me interesa tanto por lo que me tocó pasar. Fueron los propios compañeros de Perfil, quienes en una asamblea realizada para repudiar el asesinato del joven militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra, caído bajo las balas de las patotas sindicales, recordaron lo que pasó en la UTPBA y lo pusieron en perspectiva. Yo no corrí tanto riesgo, pero los casos se emparentan en algo: me atacaron por querer defender a un trabajador despedido, tal como estaba haciendo Ferreyra. Con macartismo inaudito, como si fuera un delito, me acusaron por ser presunto militante del Partido Obrero, aunque no lo fuera, para justificar la agresión. Ellos no usaron armas de fuego, pero si se mostraron dispuestos a agredir físicamente a quien le pidió solidaridad y mostraron el mismo odio contra "los zurdos". No digo que la conducción de la UTPBA sea igual que la de la Unión Ferroviaria, pero su disposición a abandonar a su suerte a los que pelean por sus derechos y a atacar físicamente al que lucha contra los despidos, los asemeja. Espero que todo esto sirva para que nunca más tengamos que sufrir de las patotas sindicales y que todos los trabajadores podamos organizarnos democráticamente sin que se ponga en riesgo nuestros empleos y nuestras vidas. El juicio tendrá lugar en el Tribunal Correccional Número 1, secretaria 52, que subroga el juez Raúl García, en Lavalle 1638. Ahí estaremos junto las agrupaciones (Gremial, Naranja, Violeta y Colectivo de Trabajadores de Prensa), protestando una vez más contra la burocracia sindical y sus patotas. La memoria de Mariano Ferreyra estará más presente que nunca. Tomás Eliaschev Periodista DNI 92.743.084 Teléfono 154 070 3968